lunes, 20 de noviembre de 2006

We all want to change the world

Para Magui, en Londres y enfermita…


You say you want a revolution
Well you know
We all want to change the world

1.
El día que descubrí que mi madre amaba a los Beatles fue el día que encontré sus cajas de los albums azul y rojo. Por años habían permanecido en un librero de la casa ymi padre había tenido a bien jamás mencionar nada al respecto. Por supuesto yo era apenas un adolescente y bastante poco conocedor de música, al menos comparado al día de hoy podría literalmente decir que estaba en pañales. Desde la primera vez que los escuche los cargue con una fuerza sentimental sólo explicable para aquellos que han tenido que llenar o intentar llenar los huecos que nos dejan los que mueren antes que nosotros (un escalofrío recorre mi cuerpo mientras escribo lo anterior). Ahora, cada que escucho alguno de los éxitos del grupo contenido en estos discos mi mente se dispara a los recuerdos, pocos realmente, que aún quedan de ella en mí. Cuando sucede esto no puedo evitar una expresión de entre sonrisa irónica y rictus de dolor. La música de los Beatles pues ha venido a cubrir una porción de ese hoyo negro llamado ausencia. Cada canción tienes su historia y su raíz fuertemente arraigada en mi pensamiento, tanto que me hace ver lo que aquel cuarteto hacía como la base de todo nuestra arquitectura musical popular actual. Por suerte no soy crítico y puedo darme el lujo de afirmar cosas como esas.

2.
En días pasados, circulaba rumbo a casa de mi padre por la avenida Vallarta justo al comienzo del puente que pasa junto a la Gran Plaza, eran cerca de las 4 de la tarde y el sol me daba de frente, un sol ya invernal, medio europeo me aventuro a decir y justo al encender la radio (como ha sucedido con mayor frecuencia últimamente: me topo con canciones que me llevan a recordar personas extrañadas y queridas) comienza a sonar alguna “Revolution”. Ante los primeros acordes se me hizo un nudo en la garganta. Recordé al Antonio idealista de hace unos diez años que tanto ha rondado los últimos meses en la cabeza. Esas ganas y energías para cambiar el mundo, el hambre por salir adelante y destacar, las esperanzas y un panorama amplio por delante. La canción seguía con su letra acompañando la manera, o la no manera de saber que paso con ese buen camino, con los éxitos logrados, en que momento Antonio se desconecto de Antonio para llegar a ser esto con lo que no está del todo conforme. Sí, claro… todos queremos cambiar el mundo.

3.
Hoy es lunes, casi martes, la idea de cambiar el mundo se ha quedado rebotando en mi cabeza. Desde entonces para aca han pasado tantas cosas como horas. A veces, quizá muy seguido, somos demasiado duro con nosotros mismos. Tomamos el látigo y zas, como antiguos mártires nos azotamos una y otra vez hasta expiar la culpa o peor aún hasta que el cansancio es el quenos vence y por eso páramos.
De entonces para acá pude ver tu sonrisa y tus lágrimas. Y a la vez como en un espejo pude ver mi sonrisa y mis lágrimas internas. En tu tristeza hablabas de abortar la misión y yo te decía que en las películas siempre hay un momento en que a la chica del filme todo le sale mal y es entonces que debe redoblar esfuerzos para salir adelante. Luego, una vez que nos despedimos y el tiempo volvio a ser tan pesado en tu ausencia, me quedé pensando que no sólo a la chica del filme le sucede eso. Al chico del filme por lo regular también (bueno, omitamos las películas donde a pesar del esfuerzo el buen chico pierde, verdad… ). Volví pues a pensar en la revolución. En la revolución interna que es la que cuenta. No nos hemos comido al mundo, ni nos hemos indigestado con él. Quizá parezca todo lo contrario, que el mundo abre unas fauces babeantes y de colmillos afilados dispuesto a devorarnos. Y si a esto le añadimos una cuanta complicidad del destino peor cosa. La cuestión es que al final, de lo que se trata es de no darse por vencido. Llorar pero no dejarse ahogar en el llanto. Si estamos aquí es por algo, aunque no lo sepamos, aunque parezca que no hay nada. Por desgracia la paciencia no se adquiere en el supermercado. En fin, ante las apestosas fauces del mundo resistencia y un poco de inteligencia y humor negro.

4
Don't you know know it's gonna be alright
Alright, alright

A una muchacha que leía Rayuela...

A una muchacha que leía Rayuela
en Vallarta y Chapultepec


De pronto fue ver pasar los años
La muchacha sentada en flor de loto sobre la banca
leyendo la nueva edición de Rayuela con una pintura de Modigliani en la portada
Retroceder diez años o un poco más lejos
ver en sus rizos castaños y la mirada perdida los mil rostros reflejados
en un autobús que iba del centro de la ciudad al sur poniente,
al encuentro con el deber y el que tenga tienda que la atienda
Los mil rostros del tiempo, de entonces a la fecha
a una chica hermosa con el cuaderno de apuntes y su risa
sus pasos rumbo al departamento en un callejón cerca de la avenida México
donde la madre patria y el obelisco
Here is the house sonaba en ese entonces y desde el mundo, premundo,
calles que se han desdibujado para dar paso al nuevo siglo
Aquello es leyenda, polvo negro en las páginas de los cronistas
El mundo que no cumple las promesas, el mismo corazón roto,
la semejante hendidura en la piedra, en el concreto.
Esa muchacha sentada en la banca de la esquina soy
y todos los que entonces abrigamos sueños y fantasías
el mundo adulto aún era espejismo y nada era en serio…
al mismo tiempo nada ha cambiado la búsqueda
dónde está ese pasado que era el futuro prometido…

Cuantas bocas se han dibujado desde entonces, cuántas veces el juego del cíclope, de los cuerpos desnudos, de ir a la ventana en plena madrugada a ver pasar la noche y saber que el espejismo de la felicidad ha pasado.

Aquí están los puentes para cruzar de una ventana a otra
y quedarnos a la mitad
a un paso del abismo, a un paso de trasponer la barrera del otro.

Porque un detalle puede contener tanto,
una bala en reversa, la dispersión del pensamiento
una muchacha sentada en una banca, indiferente al tráfico y al paso
de los que venimos escondiéndonos del mundo.

Y en ese paréntesis de diez años, sucumbir a los recuerdos
socavar, descubrir, abrazar
Lo que se ha ido disfrutado está y ése es un viaje, una escala si se prefiere,
somos parte del paisaje de la fotografía. Somos imagen.

Y a veces, en la tarde noche de domingo, mientras Rayuela,
una especie de comienzo, detonante de historias infinitas,
reposa en el librero, querer encontrar el hilo negro,
(al menos alguien del otro lado de la línea telefónica)
y preguntar
¿encontraré a la maga? ¿encontraré a la maga?

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